BIENVENID@
En este espacio personal, quiero compartir con vosotros no sólo conocimientos en cuanto a la psicoterapia y el desarrollo humano sino, vivencias y experiencias de mi día a día, que me hacen crecer y vivir de manera saludable.


lunes, 22 de diciembre de 2014


 “Desenamorarme de mí misma ha sido la tarea más importante y determinante para crecer. Será por eso que las parejas sólo crecen cuando trascienden el estado de enamoramiento y caminan hacia el proceso de construir el amor. Siendo así, esto es precisamente con lo que me he ido encontrando: darme cuenta que para crecer tengo que construirme a mí misma”.

( Cati Preciado)


Mi vacío

Andaba esquivando, rehuyendo, rellenándome esa sensación hueca y fría.

Traté de no darle espacio conteniendo mis tripas y músculos.

Negaba lo ya oído un tiempo atrás, mientras me sumergía en viejos patrones.

Ir de acá para allá, trabajar y trabajar.

Agarrar y agarrar.

AGARRARME

A personas, al día tras día. Entrar y salir, salir y, no soltar.

MI cuerpo un día me habló, alzó su voz expresando señal y señal.

Necesito parar.

(…)

PARÉ

(…)

Hace poco comprendí, lo terapéutico que es el silencio, vacío. Vacío de ruidos, atropellos de ideas, de prisas, miedos, planes y replanes, proyectos.

Hace poco comprendí, la salud que me trae la quietud acompañada de un moverme despacio, vacío. Vacío de acciones, y quehaceres.

Hace poco, al darme cuenta de mi carencia, comprendí para qué me pongo tantas plumas, no vacío. No vaciarme de mis miedos y temores. Temores a la soledad, al silencio y a la quietud que tantas veces me ha traído la noche, el invierno, el reposo. Y el poso.

Hace poco me di cuenta de la perdida de mi confianza básica, comprendí entonces como me llenaba y llenaba de mis pasiones e instintos. Recogí entonces mis carencias y algo en mí se abrió paso. Un vacío si, un vacío si bien nada que ver con esa sensación fría y hueca; nada que ver con esa reacción que en mí provocaba, tensionarme y contenerme. Un espacio templado, observador y amable. Amable para conmigo.

Comenzando a atender a mis sensaciones corporales, difícilmente las acojo amablemente. Me pica y me incomoda. Ese espacio templado, observador y amable, vacío, me traslada a estar con lo que hay, sin forzar ni cambiar nada. Vacío que me calma, mi picor e incomodidad.

Observo el afuera. Veo el arcoíris, los pequeños copos de nieve. Veo hermosura, me emociono y siento alegría. Disfruto ni más ni menos de no tener que hacer, sólo ser testigo. Me hago consciente de mi soledad. Me acerco con mi miedo. Calma y quietud.

Comprendo con mi mente y con mi cuerpo mi enorme carencia. No haberme sentido amada y aceptada, sólo por ser. Y en ese espacio templado, observador y amable, vacío, recojo mi vacío. Frío. Acojo mi dolor, mi envidia, mi necesidad de esforzarme en gustarles. Me acojo, al darme cuenta que repito este movimiento hueco de ser comprensiva, generosa, dar y dar. Y volver a dar. Me Acojo y reconforto al sentir lo aprendido. Intenté darlo todo y me perdí a mí.

Hoy reconozco mi carencia, mi sentirme humillada y pavonearme. Amablemente me responsabilizo de como manipulo y he manipulado desde lo emocional, sintiendo necesitar más y jugando el juego de no ser capaz. Un autorrecuerdo que me sirve para no perderme, para ver el miedo de esa niña de entonces, mujer ahora. Mujer con miedo a ese vacío frío, hueco. Terror a la soledad, al no ser gustada ni reconocida. Me doy cuenta que hoy no lo respiro igual, ayer quizás. Tal vez mañana. Y en ese espacio templado, observador y amable, vacío, acojo mi vacío, ya no tan frío, ya no tan hueco.

 

miércoles, 20 de agosto de 2014


"El valor de la palabra"

¿Por qué “una imagen vale más que mil palabras”? y ¿“un hecho vale más que cien palabras”?

Todavía hoy reproduzco en mi retina aquella imagen tan difícil de borrar. Aquella figura de lo vivido atrás que, inevitablemente evoca también olores, sabores y tactos. Todo un sinfín de sensaciones y emociones en mí. Y como fondo, pensamientos y palabras.

Todavía hoy, retengo en mi cuerpo lo vivido al darme cuenta, de ese hecho, más allá de lo que me dijeses. Figura de lo actuado que, inevitablemente evoca en mí, sentimientos y reacciones. Y como fondo, pensamientos y palabras.

“Te doy mi palabra”. Y la figura “palabra”, va perdiendo intensidad, perdiéndose en un fondo de desconcierto, dudas, inseguridades propias y ajenas. Y es que, “si no lo veo, no lo creo”. Entonces, ¿cuánto vale la palabra?

A mi entender, su valor está en lo que de nosotros y nuestra experiencia contiene. Encuentro palabras “vacías” carentes de coherencia entre nuestro sentir, actuar y expresar y, palabras “llenas” de nuestras emociones, sensaciones y nuestra esencia que, nos permiten integrar nuestra vivencia con nuestro actuar, para relacionarnos con nosotros mismo y con los otros, de una manera libre, flexible y fluida.

¿Para qué me sirve poner palabra a mi experiencia? Recientemente, me he dado cuenta que a veces la imagen o el hecho, no me es suficiente para avanzar y seguir creciendo. A veces, el fluir de la acción, no completa mi necesidad de comprensión y consciencia. A veces, aun con mi miedo de “nombrar” lo que siento, la palabra me abre camino al sentirme más segura. Y al decirlo, lo verbal cambia mi experiencia. A veces, la “palabra sentida”, amplía mi movimiento hacia mí y hacia ti. A veces, la “palabra actuada” apoya todo aquello que trasciendo y me guía en pos de avanzar y continuar mi andanza.

Hoy, cojo mi palabra para decirte, que “mi palabra” a veces sólo expresada, a veces sentida y otra actuada, es la conciencia de mí. Sentir, actuar y expresar mi experiencia presente. En mi palabra hallo presencia de ser y, soy cambiante.

Así que a veces, “donde dije digo, digo Diego” pues, más allá que las “palabras se las lleva el viento”, mi sentir, actuar y expresar a cada momento, se asientan en mi cuerpo y en mi  mente. Pues con mi consciencia y presencia, “monta tanto y tanto monta”, una imagen, un hecho, una palabra. Sentir, actuar y expresar y como fondo, mi presente cambiante. El valor de mi palabra.